El
1º de enero de 1792, en una suntuosa ceremonia, se llevó
a cabo la apertura, en la ciudad de México, del Real Seminario
de Minería, también llamado Colegio Metalúrgico;
siendo su director general el vasco Fausto de Elhuyar, distinguidísimo
hombre de ciencia, y descubridor del volframio, sinónimo
del tungsteno. La Gaceta, importante publicación del momento,
auguraba grandes éxitos para el nuevo Colegio, primera escuela
laica de la Nueva España.
Al
cumplirse los cien años de vida del noble Seminario, Santiago
Ramírez, en apretada síntesis desvela lo relevante
de tan fructífera centena. En primer lugar, elogia el plan
de estudios implantado por Fausto de Elhuyar: “punto de arranque
de las ciencias que dieron a México lustre y prestigio”.
A seguidas, afirmaba el notable intelectual, a ese plan se sujetó
“la organización y marcha… de un Colegio que
había de llegar a ser, primero, el único, y después,
el primer establecimiento científico de nuestra Patria”.
Además
de los avances en el campo de las ciencias, los cambios se dieron
en los diferentes nombres que, durante el siglo XIX, recibió
la institución. Durante el Imperio de Maximiliano, Escuela
Imperial de Minas; al triunfo de la República, y gracias
a la Ley de Instrucción Pública expedida el 2 de diciembre
de 1867 por el presidente Benito Juárez, Escuela Nacional
de Ingenieros, y a la postre, ya en pleno siglo XX, Escuela de Ingeniería,
y hoy, Facultad de Ingeniería.
Largas
ataduras de años, a partir de los cuales, y desde esa Escuela,
se incrementan las acciones básicas para la mejoría
económica, la comodidad y el beneficio social de la República
Mexicana. Contribuciones de trascendental importancia para el conocimiento,
la técnica, la industria y la infraestructura del México
moderno, del actual. La actuación de los ingenieros despertó
del letargo nacional a poblaciones productivas, haciéndolas
quedar a la mano. Así, de sus aulas se desprendió
el desarrollo científico, la enseñanza y adelantos
de la ingeniería, englobados al estudio de las ideas, de
las mentalidades y de la historia de la cultura; un todo que inscribe
tales progresos, los que de igual manera se atan a la vida del grandioso
Palacio de Minería.
¿De
qué manera rememorar a esa multitud, a esa pléyade
que paso a paso ha venido contribuyendo a la grandeza de nuestro
país? Sin duda el mejor modo es traer al presente las imágenes
de aquéllos, que en tales avatares fueron líderes
académicos, intelectuales, políticos y de hechos concretos.
Por ello en este salón se da testimonio, a partir de Fausto
Elhuyar, de quienes durante más de doscientos años
han dirigido la institución, permitiendo, a través
de estas efigies, un recorrido que a manera de rutilante espejo,
autorice, aunque sea en una mínima parte, a dar cuenta de
la excelencia de la Facultad de Ingeniería y su proyección
en el país.
Se
pretende destacar las figuras de los homenajeados, no sólo
el conjunto de destinos individuales, sino de acciones propiciadas
por ellos en beneficio de nuestra nación, para mantenerlos
siempre vivos y presentes en la conciencia actual y de generaciones
venideras. Un conjunto de absoluta dignidad que consagra los talentos,
las virtudes, los servicios, los recuerdos. Una suerte de intercambio
de la memoria; a sabiendas que el desfile de estos protagonistas
excepcionales continuará con la tarea iniciática de
colaborar y trabajar por México.
Igualmente
se crea en este solemne espacio, un acervo documental cuyo valor
histórico es inconmensurable y a él se vincula la
idea de una participación, no sólo en el pensamiento
evolutivo, en el que la ingeniería y sus constantes adelantos
conforman un eslabón imprescindible e indesplazable de tal
cadena. Se da paso en este seguimiento visual al monumento gráfico
erigido por quienes hacen de la gratitud y del reconocimiento un
ejercicio paradigmático.
La
idea de exaltar a estos próceres conlleva el agradecimiento
y la admiración hacia quienes a partir del siglo XVIII y
hasta las aulas de la hoy Facultad de ingeniería, han contribuido
y contribuyen a la gran empresa universitaria que ha trascendido
fronteras; actividad no interrumpida, no comparable con el recuerdo
fugaz y circunstancial en medio del quehacer diario.
Elisa
García Barragán Martínez
Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM
Fotografías
que se encuentran en el Salón de Directores del Palacio de
Minería