Descripción arquitectónica

Nuevos enfoques


El largo proceso de anhelos y voluntades que culminaron con la construcción del Palacio de Minería, expresa una gama de sentimientos propia de quienes vivieron los tiempos de la Ilustración. Testimonio de ello son los escritos de los promotores del Colegio, del virrey Bucareli y de Manuel Tolsá, en torno a los problemas del arte. Todos ellos manifiestan algo así como un estilo ideológico, una especie de voluntad formal del pensamiento y del enfrentamiento a la realidad. El contenido fundamental de tales expresiones es el rechazo absoluto al estado de cosas vigentes hasta los últimos años del siglo XVIII. La organización gremial, de tan antiguas raíces, se considera inoperante; lo mismo ocurre con los sistemas de enseñanza, confiados a los talleres de los maestros, tan diversos en su eficacia como eran las personalidades de éstos. Nuevamente aparece la voluntad normativa y se pretende uniformar los conocimientos de los aprendices; la organización de los oficios debe hacerse mediante "cuerpos profesionales" muy parecidos a las academias. En el terreno de la minería, como en muchos otros, se considera necesario formular nuevas ordenanzas, acordes con el nuevo espíritu.

Un documento dirigido al rey de España en 1774, por Lassaga y Velázquez de León, muestra con claridad dicho estado de ánimo:

"...El gremio o comunidad de los Mineros de esta Nueva España, es un cuerpo (si merece este nombre) no solamente acéfalo, sino que carece de toda organización... Las Ordenanzas de nuestra Minería... las unas fueron dictadas más ha de dos siglos, para las minas de la antigua España, y las otras se ajustaron a lo que exigían estos negocios, poco después de conquistadas las Indias... todos estos artículos están clamando su reforma... indicamos la gran necesidad que tiene nuestra Minería de hombres de bien y suficientemente instruidos... No hay más remedio que el de criarlos y para ello es necesario erigir un Seminario Metálico..."

Estrecho paralelismo en los sentimientos se reconoce en otros textos de la época. Las Instrucciones del virrey Bucareli mencionan que "...los oficios y artes se hallan en el mayor atraso, por falta de una educación propia de los artesanos..." La afirmación es sorprendente, pues quedó dicha en uno de los momentos álgidos de la artesanía, en particular la relacionada con la arquitectura. Claro está que las modalidades seguidas por las artes y artesanías no coincidían con los nuevos gustos de la Ilustración: lo suficientemente dogmáticos como para no aceptar ningún otro y, menos que ninguno. el que creó las exuberancias del barroco mexicano.

Manuel Tolsá expresó el mismo criterio cuando afirmó

"...Para el mayor y más pronto adelantamiento de las artes uno de los más eficaces medios es la propagación del buen gusto, pues sin éste son casi inútiles las Bellas Artes..."

Tendría que transcurrir casi una centuria para que la estética afirmara la validez de todos los gustos, o la invalidez del "gusto" como un elemento para juzgar la obra de arte. Por lo pronto, el escultor y arquitecto valenciano manifestó el lenguaje dogmático e intolerante de su tiempo y rechazó, con alguna violencia, los estilos anteriores: sólo concedió valor a los derivados de las formas clásicas y, por lo visto, nada más en relación con ellas podría "adelantar" el arte. La idea misma del progreso referida al arte fue rechazada al ampliarse los conocimientos históricos.

Los establecimientos pedagógicos de nuevo cuño, las reformas a las ordenanzas, la instauración de los "tribunales" encargados de vigilar la calidad de los oficios, fueron considerados como las herramientas adecuadas para mejorar el orden de las cosas. Serán los instrumentos idóneos para lograr el "Progreso", esa idealidad tan cara para la Ilustración, tan invocada durante el siglo XIX y vigente, todavía, en nuestro siglo, casi doscientos años después de haber sido concebida como la máxima aspiración de la humanidad y de haber demostrado su irrealidad. El "Progreso", en fin, era la panacea para el mejoramiento de la condición humana y, a finales del siglo XVIII, en Nueva España, la idea que dio el tono para las actividades sociales y políticas. En este ambiente habrían de crearse las nuevas necesidades y los instrumentos para satisfacerlas, entre ellos el Palacio de Minería.