Real Seminario de Minería


Antecedentes




Política minera en la segunda mitad del siglo XVIII

Distintivo de esta época fue el empleo de políticos muy hábiles en las complejas tareas del gobiemo español; estadistas como los condes de Campomanes, de Aranda, de Floridablanca, así como el marqués de Sonora, José Gálvez, que tan de cerca conocería a la Nueva España y a quien se debe no poco de la creación del Real Tribunal de la Minería, constituyeron sin lugar a dudas el cuerpo de ministros mejor dotados de su tiempo y el haberlos llamado a colaborar con él a lo largo de los seis lustros de su reinado, es muestra del profundo conocimiento de los hombres que poseía Carlos III.


Siguiendo la corriente cultural española de esos días, poseedora del fino espíritu crítico y de aplicación que sustituyó la creatividad del Siglo de Oro, el rey y sus ministros conformaron una vida nacional en la que tuvo cabida una extensa gama de posibilidades que alcanzó a grandes núcleos de la población española. Se inició o se continuó con la construcción de grandes sistemas de comunicación carretera, incluidos numerosos puentes, así como la realización de vastos e importantes proyectos hidráulicos, del que es exponente el Canal Imperial de Aragón. Se edificaron grandes y funcionales edificios, muchos de ellos monumentales, para servir de asiento a oficinas y establecimientos gubernamentales, como el Palacio Real de Madrid, terminado por el monarca en 1764. La producción industrial española se vio protegida y alentada por el Estado. Fueron instauradas algunas centrales de manufactura para servir de modelo, sostenidas por el gobierno, como las fábricas textiles de Guadalajara, de tapices en Madrid, de porcelanas, de vidrierías, etc. Se utilizaron criterios en el comercio al introducir un sistema único de pesas, medidas y amonedación para las provincias peninsulares, así como para las vastísimas colonias americanas.


A las instituciones culturales y científicas ya existentes, como la Academia de la Lengua, la de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando, se agregaron numerosos museos, bibliotecas, observatorios astronómicos y jardines botánicos. Organismo típico de aquellos días es la Sociedad de Amigos del País, que procuró la conjunción de los mejores hombres y capacidades de la época para el logro de la renovación material y espiritual de la nación. Muchos de los hombres que más tarde vendrían a México a enriquecer con sus luces el notable desarrollo científico y cultural que se viviría en esta región a fines del siglo XVIII y principios del XIX fueron becarios de esta Sociedad y en todo caso, apoyados en su formación europea por el favor real.


Decadencia de la minería

Aun cuando eran conocidos diversos metales, incluidos los preciosos magistralmente trabajados por los indígenas americanos, particularmente los mexicanos, el laboreo sistemático de minas se inició sólo hasta la llegada de los españoles, simultáneamente con la última fase de la conquista, en sitios conocidos y aún trabajados en el periodo anterior.


Fundos mineros como Tasco, Pachuca, Real del Monte, Guanajuato, San Luis Potosí, Catorce, Fresnillo y Zacatecas; entre otros, fueron el origen de poblaciones cuya potencia fue un reflejo de la bonanza de las minas.


No obstante, la prospección y la explotación de las minas mexicanas, reflejo de lo que se hacía en la vieja España, se realizaba con métodos primitivos y sistemas empíricos, basados principalmente en la utilización de la energía humana y pocas veces animal, casi sin empleo de maquinaria. Aunado a esto, la pérdida de vetas, la escasez y carestía de los azogues y del hierro, seculares objetos de importación, hicieron caer a la minería neohispana en un estado de postración que se agudizó a mitad del siglo XVIII. Volúmenes cada vez menores de plata acuñada, minas inundadas, filones perdidos, centenares y aun miles de mineros sin trabajo, presentaban un sombrio estado de cosas en el México de esos días.


Siendo la minería uno de los principales, si no el primero, de los motores económicos de la colonia, y eje en torno al cual giraba la vida mexicana en sus diversas facetas, las repercusiones de una disminución en la producción de monedas alcanzaban a ambos lados del Atlántico. En México, grandes núcleos de población se veían amenazados por la pobreza; sus demandas de pan eran cada vez más perentorias y se amenazaba inclusive con la marcha de mineros desempleados hacia las ciudades. En España, la falta de dineros provenientes de México empobrecía las arcas reales, afectando cada vez en mayor medida las actividades gubernamentales. Una solución inmediata era pues, imprescindible.


Como parte del apoyo que el reinado de Carlos III dio al desarrollo de las ciencias y del arte y del aliento otorgado a los profesantes de unas y otro que indudablemente llegaría a estas tierras, se planteó la necesidad de encontrar una rápida y definitiva solución al complejo problema de la mineña mexicana. Paralelamente, en los últimos siglos se habían adquirido conocimientos portentosos sobre el mundo gracias a la ciencia concebida como la resultante de la observación sistemática y racional de la naturaleza lo que permitía entender sus leyes y, al enunciarlas y llevarlas a una aplicación fecunda, obtener beneficios para el hombre, colectiva e individualmente. Consecuencia de este renacimiento científico, fue la comprensión del universo gracias a la aplicación de formularios matemáticos.


Justamente en la ciencia se buscó la solución al problema de la minería, en función de su aplicación fecunda y benéfica gracias al brazo armado con aquélla: la ingeniería. Aportaciones como las de Descartes, Newton, Euler, Leibnitz, Gauss, Belidor, abrieron novísimos horizontes en el empleo de técnicas cimentadas en un conocimiento racional de las cosas. El constructor, dotado de nuevas herramientas forjadas en teorías cada vez más perfectas, resolvió incógnitas cuya solución poco tiempo atrás se antojaba imposible. Sus respuestas, en los aspectos de economía y seguridad, le hicieron merecer el dictado de ingeniero en razón de su ingenio; sus realizaciones, que alcanzaron a grupos humanos cada vez más numerosos, adquirieron perfiles de utilidad pública y nacional.