Descripción arquitectónica

Reparaciones


Una vez terminado el edificio, comenzó la muy larga historia de las modificaciones y reparaciones. El 30 de septiembre del mismo año de 1813, el director del Colegio hizo notar la necesidad de reparar una cuarteadura aparecida en un ángulo de la escalera. El 3 de diciembre, Tolsá informó al Tribunal que la compostura tendría un costo de 3,000 pesos, pero recomendó esperar a que bajara el precio de la cal. Sea por falta de fondos, sea porque no hubo cambios favorables en cuanto al precio de este material, el Tribunal ordenó la reparación hasta 1816.

Los hundimientos del edificio se habían iniciado. En marzo de 1824 comisionaron a Joaquín de Heredia y a Agustín Paz para reconocer el edificio y emitir el informe correspondiente. El 25 de mayo lo presentaron junto con el presupuesto para las reparaciones, que ascendió a la cantidad de 400,000 pesos. La suma revela que los daños eran importantes, aun considerando el alza en los costos de la vida ocasionados por los desequilibrios económicos posteriores al triunfo de la Guerra de Independencia. En 1830 hubo algunos desplomes, grandes cuarteaduras y fuertes crujidos que alarmaron tanto a los habitantes del edificio, como a los vecinos. En tales circunstancias, el arquitecto Antonio Villard, difiriendo de otros arquitectos y constructores partidarios de la demolición, propuso conservar el edificio y efectuar las reparaciones imprescindibles. El presupuesto ascendía a la cantidad de 97,435 pesos. Las obras de reparación se efectuaron conforme al proyecto de Villard, quien, entre otras medidas, agregó unos contrafuertes para contrarrestar el desplome de las paredes de los patios posteriores.

Durante la reparación, se trasladó el Colegio a la casa No. 12 de la calle de San Francisco, al llamado Palacio de Iturbide, donde permaneció hasta 1834. Cuando se dispuso que las clases se abrieran nuevamente en el edificio de Minería, las obras no habían sido concluidas aún.

El 16 de octubre de 1836, el Director del Colegio pidió la autorización del gasto de 7,840 pesos que importaban las tres rejas de hierro de la fachada, los alambrados de la linternilla y la decoración interior de la cúpula, pintada al temple de "claro y oscuro", por Juan Prantl. En 1837 se consultó el gasto para reparar el salón de actos. En diciembre de 1839, la consulta fue para reconstruir los dormitorios, lo que costaría 977 pesos y 2 reales. El 31 de julio de 1840, se pidió autorización para gastar 4,338 pesos y 3 reales, presupuestados por Villard, en la reparación de la escalera y del observatorio astronómico. El 19 de enero de 1842, el Director del establecimiento pidió autorización para el gasto de 467 pesos y 3 reales en la reparación de los perjuicios ocasionados por las balas, durante la revolución de septiembre del año anterior. En enero de 1854 se comenzaron a sustituir los barandales de madera que tenían los balcones, por otros de hierro.

Con la colocación de los nuevos barandales no sólo no terminaron las reparaciones, sino que se iniciaron las adaptaciones a nuevos usos que habrían de desvirtuar, en mayor o menor grado, la creación formal y espacial de Tolsá. Tales adaptaciones se debieron a las reformas en los planes de estudios, a los cambios de carácter e intención de la institución pedagógica y, en particular, a la inclusión de programas arquitectónicos, en ocasiones incongruentes con la estructura formal del Palacio.

En 1877 fue instalado el Ministerio de Fomento en el costado oriente del Colegio, para lo cual se hicieron obras de bastante consideración. La parte del poniente fue ocupada por una escuela de niñas y por la Sociedad Agrícola. Posteriormente fue necesaria una obra importante en la escalera principal: la antigua cúpula fue sustituida por una bóveda, de cerchas de acero, proyectada y dirigida por los arquitectos Eleuterio Méndez y Emilio Dondé. Al ser suprimido el Ministerio de Fomento se instaló, en el mismo local, la Secretaría de Agricultura y Ganadería, que habría de abandonarlo cuando se iniciaron las obras de restauración del Palacio.

Tan trascendentales como esas intrusiones fueron los cambios en las concepciones educativas que modificaron los programas del Real Seminario de Minas, hasta llegar a la supresión del Colegio de Minería, así llamado tras consumarse la Independencia. La reforma educativa más importante la originó la ley del 2 de diciembre de 1867, que fundió en un solo organismo todas las ramas de la ingeniería de aquel entonces, incluida la relacionada con la minería. Por esta ley, los cursos preparatorios para la carrera de minero pasaron a la Escuela Preparatoria y, en opinión de Santiago Ramírez, la disposición "...modificó tan profundamente su organización que quedó ésta destruida, y al acumular en su programa de estudios (del Colegio de Minería) los profesionales para todas las carreras de ingeniero, perdió su carácter... perdiendo con este carácter hasta su nombre...". A partir de entonces la institución se llamó Escuela Nacional de Ingenieros. Y a partir de entonces también, el edificio sufrió todos los cambios y alteraciones impuestos por esa escuela, incluida la destrucción de los patios interiores del lado poniente, convertidos en uno solo para dar alojamiento a una piscina.